Por: Antonio M. Pernia, SVD
Uno a veces oye decir que es difícil predicar sobre la resurrección. La razón, dicen, es porque nadie de nosotros tiene ninguna experiencia de la resurrección. La resurrección va más allá́ de nuestra realidad mundana y supera totalmente nuestra experiencia humana. Por eso, ninguna experiencia humana puede usarse para describirla. Y así́, el modo habitual del conocimiento humano, la «analogía entis», no funciona. Pues no hay ninguna analogía directa para la resurrección en la experiencia humana.
Por esto la Biblia relata historias sobre la resurrección más que demostrar su realidad. Estas historias están recogidas en dos grupos. Uno relata las apariciones del Señor Resucitado a varias personas o
grupos de personas. El otro habla sobre la tumba vacía. Según los teólogos, las apariciones forman la base primaria de nuestra fe en la resurrección, pero la tumba vacía es un complemento necesario, pues el testimonio de los que habían visto al Señor Resucitado no podría sostenerse si la tumba no estuviera vacía y los huesos de Jesús permanecieran en ella.
Hubo dos reacciones a la tumba vacía en aquella temprana mañana del primer día de la semana. Para María de Magdala, indicaba que algunas personas habían venido a robar o llevarse el cuerpo de Jesús: «Se han llevado del sepulcro al Señor, y no sabemos dos ángeles le preguntaron por qué lloraba, ella respondió́: «Porque se han llevado a mi Señor, y no sé dónde lo han puesto». Y le dijo al que pensaba que era el jardinero: «Señor, si usted se lo ha llevado, dígame dónde lo ha puesto, y yo lo tomaré. » Así́, para María de Magdala, la tumba vacía no significó de forma inmediata la resurrección.
Por otra parte, Pedro y el otro discípulo tuvieron una reacción diferente ante la tumba vacía. Ambos corrieron a la tumba, uno más de prisa que el otro. Entraron, vieron y creyeron. Para ellos la tumba vacía significó la resurrección. O, a través de la tumba vacía, fueron conducidos a la fe en la resurrección. Porque hasta aquel momento «aún no habían entendido la escritura, que él tenía que resucitar de entre los muertos». Y los discípulos volvieron a casa. Pero volvieron a casa creyendo. La tumba vacía es así́ una doble invitación para nosotros: Una invitación a creer como Pedro y el otro discípulo, y una invitación a amar como María de Magdala.
Primero, la invitación de venir a la tumba, como Pedro y el otro discípulo, y entrar, ver y creer. Para creer que, como ha dijo el Foro Social Mundial hace años, otro mundo es posible: No el mundo del viernes santo, sino el del domingo de Pascua. No el mundo de la violencia y el terrorismo, sino el del diálogo y la paz. No el mundo de la injusticia y la muerte, sino el de la solidaridad humana y la vida nueva.
Quizás los signos de un mundo nuevo sean pocos y estén distanciados. Y por lo tanto es difícil creer que las cosas puedan ser diferentes. Sólo están «los paños del entierro y el sudario que había cubierto su cabeza enrollado en un lugar aparte». Pero son suficientes para hacernos creer. Suficientes para creer que aquel domingo de Pascua transforma un viernes terrible en un Viernes Santo, que la cruz no es el final, que un mundo nuevo está naciendo. Y las personas que creen se transforman ellas mismas en signos de esta novedad, tal como Pedro y el otro discípulo se transformaron en testigos de la resurrección. Así́, la tumba vacía nos invita a creer para que podamos ser nosotros mismos signos de un mundo nuevo.
En segundo lugar, la invitación a detenerse un poco más, como María de Magdala, junto a la tumba. La invitación a no precipitarse en volver a casa, sino permanecer y pasar algún tiempo junto a la tumba, y que el Señor resucitado nos llame por nuestro nombre y encontrarlo vivo. Quizás carecemos del amor ardiente de María por el Señor o de su ferviente anhelo por verlo. La invitación es precisamente a desarrollar en nosotros este gran amor, este deseo profundo por el Señor, de tal modo que aprendamos a ver al Señor Resucitado en cada jardinero, en cada persona, en cada hombre y cada mujer que encontremos en nuestro camino. Pues parte del significado de la resurrección es precisamente ésta: Que Jesús ahora vive en cada uno de nosotros, ya que él nos ha dado a cada uno de nosotros su Espíritu.
En el Evangelio de Lucas, los ángeles preguntan a María y a las otras mujeres: «¿Por qué buscan entre los muertos al que está vivo? No está aquí́, ha resucitado». Él está entre los vivos y vive en cada uno de ellos. Así́, la tumba vacía nos invita a amar como María de Magdala y a aprender a ver al Señor Resucitado en cada persona, en cada uno de nuestros hermanos y hermanas. Sólo entonces puede comenzar un mundo nuevo. ¿Qué es lo que nos impide creer como Pedro y el otro discípulo y amar como María de Magdala?
En otro relato de la tumba vacía, las mujeres que fueron la mañana después del sábado para ungir el cuerpo de Jesús se preocupaban y se preguntaban unas a otras: «¿Quién nos apartará la piedra de la entrada a la tumba?
» Muchas, en verdad, son las piedras que pesan sobre nuestro mundo de hoy. Las piedras que bloquean nuestra relación con Cristo, las piedras que impiden nuestro seguir a Jesús, las piedras que parecen paredes que nos separan del Señor resucitado. ¿Cuáles son las piedras que pesan sobre nosotros como personas individuales? ¿Un carácter indeseable? ¿Una relación cuestionable? ¿Una adicción o dependencia? ¿La dificultad para aceptarse? ¿El rechazo a perdonar a alguien? ¿La pereza y la autocomplacencia? ¿La resistencia a la oración? ¿La tentación de buscar una vida cómoda? ¿La acomodación con la cultura secular y consumista que nos rodea? ¿La mediocridad en nuestra vocación y misión? A menudo estas son las piedras que encontramos difícil de apartar de nuestras vidas. No encontramos fuerzas para removerlas de nuestras vidas.
¿Y las piedras que pesan sobre nuestro mundo? ¿La crisis económica global, la guerra, los conflictos étnicos, el terrorismo, la discriminación racial y sexual, el problema del SIDA, el hambre, la injusticia, el tráfico humano, los trabajadores emigrantes y los refugiados, el calentamiento global? También estas son piedras que son difíciles de quitar. A menudo nos sentimos impotentes y desvalidos ante estas piedras. Y a veces la tentación es usar medios violentos para quitarlas.
La resurrección de Jesús nos da la fuerza para remover estas piedras de nuestras vidas y de nuestro mundo. De hecho, el Señor resucitado es la única fuerza verdadera que puede remover estas piedras. Si creyéramos como Pedro y el otro discípulo y amáramos como María de Magdala, quizás entonces veríamos la piedra apartada de la entrada a la tumba.
¡Feliz Pascua de Resurrección para todos!