Voy a recurrir a un texto de Fernando Villanueva Cilveti para traer hoy aquí, en 15 de enero precisamente, a Arnoldo Janssen.
Fernando tiene publicado en EVD un libro titulado: «Arnoldo. Parábolas y reflexiones para el camino», y vaya si me ilumina gozosamente esta página 202, a mí que el domingo 17 voy a estar como uña y carne con mis compañeros más próximos Varghese de India, Marcelino de Togo, Emán de Indonesia, Modesto de Congo… animando un Encuentro Misionero junto con un centenar de amigos de Andalucía, a la sombra bienhechora de la fiesta de nuestro Fundador. Atención al texto:
La configuración multicultural de la obra de Steyl respondió, antes y después de la muerte del fundador, a su clara visión profética. En febrero de 1875 escribió a Roma sobre el instituto misional que tenía en proyecto: «Sin embargo, creo que no tendremos éxito salvo que fundemos una Congregación religiosa. Pero siento apatía frente a la multiplicación de tales Congregaciones, y en particular si va a estar marcada por una nacionalidad determinada, característica que en la actualidad es tan a menudo la del adversario de Dios».
Años más tarde, durante sus gestiones para la aprobación de las primeras Constituciones de la Sociedad del Verbo Divino, Arnoldo rechazó la práctica común de asignar un «territorio misional» a un país en particular. Hoy lo tomamos como un visionario que supo adelantarse a los tiempos dando a su fundación una organización multicultural. Al interior de sus comunidades se propicia la apertura hacia la rica variedad de culturas, lenguas y razas de la humanidad. Los Misioneros del Verbo Divino no sólo ofrecen su servicio a todos los pueblos, sino que se «congregan» para formar una gran comunidad multicultural «signo vivo de la unidad y de la multiforme diversidad de la Iglesia». La experiencia de vivir como una gran familia manifiesta los primeros frutos del Reino, porque en ella nadie es extraño o extranjero, sino sólo hermano o hermana bajo la cariñosa mirada de un solo Padre.