Esta tarde me planté a la sombra del ciprés cincuentenario más esbelto de este jardín de la Casa de Espiritualidad de Dueñas, que es la tuya. Era tan grandiosa mi visión, que corrí el riesgo de caer en la tercera tentación de Cristo (Mt 4,8-9). Desde el borde del estanque que hay en el parque, sin cerrar los ojos, veía correr el agua del Pisuerga al mar, los camiones de Portugal por la autopista a Francia, los trenes de Madrid a Irún, los aviones de Barcelona a Valladolid, las grullas del desierto de Libia a las lagunas de Villafáfila… ¡Cielo y tierra estaban ante mi vista!

Jesucristo venció la tentación de soberanía que le propuso el diablo con el Salmo 80. Yo, ante el orgullo de tanta vida y hermosura que se contempla desde el jardín de mi casa, que es la tuya, la vencí con el Salmo 8:

 

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cipres_1¡Señor, Dios nuestro,

qué admirable es tu nombre en toda la tierra!

Cuando contemplo el cielo, obra de tus dedos,

la luna y las estrellas, que has credo,

¿qué es el hombre para que te acuerdes de él,

el ser humano, para darle poder;

lo hiciste poco inferior a los ángeles,

lo coronaste de gloria y dignidad,

le diste el mando sobre las obras de tus manos,

todo lo sometiste bajo sus pies.

Rebaños de ovejas y toros,

y hasta las bestias del campo,

las aves del cielo, los peces del mar,

todo los sometiste bajo sus pies.

¡Señor, Dios nuestro,

qué admirable es tu nombre por toda la tierra!

Lo canté a capella a pleno pulmón con la música que me enseñaron aquí cuando hice el noviciado hace nada menos que cincuenta años.

Te dejo escrito el salmo para que tú lo cantes con la tonadilla que hayas aprendido.

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