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Os escribo para informaros desde la parroquia sevillana Ntra. Sra. del Carmen que los días 10 y 11 de febrero participé en un cursillo que tuvo como título: Fe y Cultura; organizado desde la HOAC – Comisión Permanente, Sevilla.

Nos habíamos reunido alrededor de 50 personas que formamos parte de la Iglesia particular diocesana de Sevilla: Vida consagrada (religiosos y religiosas) y los nuevos movimientos, asociaciones de fieles, nuevas comunidades e instituciones eclesiales, trabajando en tantos frentes por la “causa de Jesús” y de la vida de la Iglesia.

El cursillo no pretendía dar una solución (a la aporía entre fe y cultura) al diálogo entre fe y cultura, sino contemplarlos en el quehacer común de la evangelización en nuestras parroquias y comunidades, y ofrecer orientación para un trabajo misionero realizado en común. El punto de partida del cursillo es la “FE”, entendida como experiencia de fidelidad a Dios.

No obstante, la cuestión decisiva del cursillo estriba en dar respuesta a la pregunta que planteaba para ahondar en el desarrollo: ¿Por qué y para qué un cursillo de fe y cultura? Para contrarrestar a esta pregunta, partimos del supuesto de que la actitud fundamental e indispensable para poner en marcha un proceso de evangelización es la abertura a la “conversión personal” en clave exegética del texto de San Pablo: “No os acomodéis a los criterios de este mundo; al contrario, transformaos, renovad vuestro interior, para que podáis descubrir cuál es la voluntad de Dios, qué es lo bueno, lo que le agrada, lo perfecto” (Rom 12, 2).

Esta actitud parte de la comprensión de que la cultura es un fenómeno típicamente humano que ha quedado reducida a manifestaciones culturales que generan una reacción (sentir), explicación (pensar) y acción (actuar). Quede bien sentado que la cultura hodierna ha perdido el sentido del humano y hace hincapié en “desconfiar” de la bondad ajena. La cultura actual reduce la razón a la razón instrumental. Es la cultura que impone la felicidad a cambio del consumismo. La felicidad consiste en gastar.

El consumismo subraya la simetría “mercado y religión”. Por ello, Dios no existe. El modo de vida atasca y deforma el reconocimiento de Dios en la sociedad y da primacía al antropocentrismo. La conciencialización de esta realidad es una oportunidad para profundizar y purificar nuestra experiencia de encuentro con Dios. ¿Qué diremos ante este caso? La persona se va construyendo a “imagen y semejanza del mercado”. El consumismo, por su contenido fundamental y trascendente, y sobre todo, por su visión realista sobre la amoralidad, todo se convierte en objeto de consumo.

Sin embargo, la Fe en cuanto conocimiento teológico es fruto de una sinergia, por la cual mi reatio a una actio primera de Dios, va unida a una actitud de humildad (don + reconocimiento) y de respeto (decisión + tarea), que se traduce en un sentimiento de gratitud.

La relación dialógica que se establece entre fe y cultura quieren coser y aunar la tríade: a. La fe desprecia la cultura; b. La fe se identifica con la cultura; c. La fe dialoga con la cultura.

El diálogo entre fe y cultura revela el círculo hermenéutico entre humanización y evangelización. Asimismo, el diálogo entre fe y cultura se realiza en la vida. La clave para humanizar es la “cristificación” del mundo que consiste en: proponer la forma de sentir, pensar y actuar que Jesucristo nos muestra como la plenamente humana.

Ser creyente es ser vocacionado a la comunión (de bienes y de espíritu de pobreza; de vida y de espíritu de humildad; y de acción y del espíritu de sacrificio) en el amor (la vivencia de la caridad es la mejor y más plena expresión de reconocimiento de la dignidad humana), y a la libertad (somos para el amor en la libertad).

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