… Y DE NUEVO EN LA FRONTERA
Después de rezar y dejar reposar los hechos, las experiencias, los sentimientos generados de otro verano compartiendo vida con el Equipo de la Delegación de Migraciones de Nador, me atrevo a escribir unas líneas que son una pequeña reseña de todo lo vivido allí y que no reflejan, por mucho que yo lo intente, la vida en la frontera.
Este era el cuarto verano que viajaba a Nador, ciudad situada a unos diez kilómetros de la frontera de Melilla con Marruecos. Iba como médico a sustituir a Sor Francisca, hermana de la Caridad y enfermera, que se iba de Ejercicios a Málaga. El trabajo ya lo conocía de otras ocasiones; hacer una valoración clínica sobre el terreno, de todas las personas que llaman al teléfono de urgencias, de la Delegación por motivos de salud. Situaciones que van desde dolor de cabeza, ansiedad, cuadros de estreñimiento, diarrea, heridas y traumatismos por agresiones, fiebre, dificultad respiratoria, cuadros de sarna, hasta sangrado en mujeres embarazadas, otras que se ponen de parto, niños enfermos o recién nacidos con problemas de todo tipo… Y, tras una valoración, decidir si es necesario llevarlos al Centro de Salud, al hospital o simplemente hacerles una serie de aclaraciones y darles unas medidas higiénicas o hacerles una cura, retirada de puntos etc.
Mi primera impresión cuando llegué confieso que no fue muy buena pues me di cuenta que la situación de los hombres, mujeres y niños subsaharianos, que viven escondidos en los bosques de Nador esperando a pasar en patera a la Península, sigue siendo inhumana, injusta y de una violencia irracional. Y por mucho que una haya escuchado los testimonios de los inmigrantes que conozco en Sevilla, no te puedes hacer una idea hasta que no vas allí y lo palpas.
El ver que en estos últimos años la situación no sólo no ha mejorado, sino que está aun peor porque hay mucha más gente, muchos menores no acompañados, muchísimos niños y que las mafias siguen manejando todo aquello…
Todo eso me hizo, en un primer momento entrar en un bucle de pensamientos en contra de las autoridades y los gobiernos de estos países fronterizos y los de origen de estas personas. Fueron momentos incluso de enfado, impotencia, rabia, frustración e incluso de perdida de motivación y olvido de mis objetivos del viaje; intentar ayudar a estas personas que salen de su tierra en busca de una vida mejor, conocer esa realidad para así poder acompañar mejor a los hermanos inmigrantes con los que convivo y también recibir todo ese Dios que ellos me transmiten, esa fe que tienen y les mueve a realizar un viaje, que en ocasiones les cuesta la vida.
Pero la oración personal, la convivencia y el compartir en las Eucaristías matutinas, en la única iglesia católica de Nador con jesuitas, Hermanas de la Caridad, Esclavas de la Virgen Niña y Misioneras Franciscanas, me hizo salir de mi situación de crítica permanente, me zarandeó para desprenderme de mis quejas y llenarme de fuerza, motivación e ilusión para levantarme cada mañana con una acción de gracias y un ponerme en manos de Dios porque la dureza de las situaciones iba más allá de todo lo que yo pudiera hacer.
Dios me dio humildad, paz, ternura y me revistió del coraje para atenderlos, acompañarlos, abrazarlos, permanecer con ellos en Urgencias varias horas, o visitarlos en el hospital a pesar de que mi conocimiento del francés es mínimo y me tenía que comunicar con ellos y con la gente del lugar a base de mímica. En ocasiones incluso pasábamos el rato callados y yo pedía al Padre que…. me inspirara la mirada, el gesto, la caricia, el abrazo oportuno para ese hermano o hermana sufriente que me interpelaba pero también me motivaba para continuar trabajando a pesar del calor, de las largas jornadas, de la injusticia de la situaciones y de que mi pequeña acción era una gota de agua en ese océano que ellos esperaban atravesar.
Recuerdo con alegría un día que volvíamos ya a la Delegación de Migraciones, después de una jornada agotadora, el conductor marroquí, el agente de proximidad senegalés, que me traducía del francés al inglés, y yo… Los tres íbamos callados, cansados y rumiando aún todo lo que habíamos vivido esa mañana. Solo se oía el aire caliente entrando por las ventanillas del cuatro por cuatro y el ruido del motor. Y de pronto el conductor aprieta el botón de la radio y se oye la canción de Guantalamera… Los tres, cada uno en su idioma, nos pusimos a cantar y a movernos al ritmo de la música. Fue genial, nos reímos un montón y yo me quedé con esa imagen: la del trabajo en equipo y la música que no tiene fronteras.
Y ahora, de nuevo en Sevilla, se me hacen visibles muchos rostros, nombres, sonrisas…. Cada mañana, cada noche, cada vez que paro en un semáforo y se me acerca a la ventanilla del coche un subsahariano para venderme unos pañuelos de papel…Pido a Dios que no me olvide nunca que están a mi lado, que son mis hermanos y que el Padre nos hizo iguales para habitar y compartir esta tierra y aprender unos de otros.
Y digo bien, aprender, porque ellos me enseñan esa fuerza que les mueve, que les hace jugarse la vida en busca de un trabajo para poder enviar dinero a sus familias o para que alguno de sus hermanos pueda ir al colegio. Esa fuerza que se llama Fe y que ellos me transmiten con una intensidad increíble y me hacen descalzarme porque “se que piso Tierra Sagrada”.
Y una ahora ya no puede ser la misma. Vengo motivada, esponjada, agradecida por todo lo vivido a pesar de su dureza. Dispuesta a seguir caminando al lado de mis hermanos africanos. Ya no sueño con ir a África, como anhelaba hace un año, sino que… ¡África ha venido a mí!
Y continuo dando gracias a Dios por tanto bien recibido y convencida que Dios me sueña para amar y servir en todo y a todos.
Ana Sáenz de Santa María Rodríguez
CVX Sevilla. Equipo de Migraciones