Al concluir la homilía de la misa de una del domingo primero del año litúrgico, el pasado 8 de Enero de 2012, se levantaron murmullos que fueron in crescendo hasta llegar a gritos rabiosos en la iglesia.
Antes de retirarme del atril (ambón le llamamos a este mueble de la iglesia) me sentí abucheado por los fieles.
En décimas de segundo recordé lo que les había predicado.
El evangelio del día era el de Marcos, capítulo 1, versículos 6 al 11.
Yo había dicho en la homilía que este evangelista no quería decir que Jesús había sido bautizado a los ocho días, como lo fuimos casi todos nosotros, sino que lo que pretendió Marcos fue sencillamente hacer una presentación solemne y pública de quién era ese Jesús que comenzaba a predicar y al que nosotros vamos a escuchar todos los domingos de este año que es el ciclo B.
Otros evangelistas lo presentan desde niño de otra manera, diciendo dónde nació, de qué familia viene, cuáles son sus orígenes… tal como lo hemos celebrado en la Navidad. Mateo, después de nombrar los antepasados de Jesús, se vale de la imagen de una estrella para decir quién es ese niño: unos sabios dicen que han visto en Oriente la estrella de el Rey de los judíos que acaba de nacer; Herodes mismo al hablar con los sabios le llama: el Mesías (Mt 2,1ss). El evangelista Lucas se vale de la figura de un ángel que le dice a los pastores que el niño que ha nacido en Belén es el Salvador, el Mesías, el Señor; y ellos van al portal y al verlo lo adoran como Hijo de Dios (Lc 2,11).
Pues eso mismo, pienso yo, quería decir Marcos de una manera más pomposa: ¿Quién es Jesús de Nazaret? Si de Nazaret no puede venir un profeta así, ¿de dónde ha venido, entonces? ¿Será verdad lo que nos dice? ¿Dónde lo aprendió? Y este evangelista Marcos lo presenta así: al comenzar públicamente su misión se acerca, como uno de tantos, al río Jordán para ser bautizado por Juan. Después del bautizo se abre el cielo, aparece el Espíritu Santo en forma de una paloma y se oye la voz de Dios mismo que le dice: Tú eres mi Hijo amado.
¿Qué cosa mejor se podía decir de aquel joven, bautizado cuando ya tenía barba y melena? ¿Por qué me abuchean a mí estos energúmenos? ¿Por qué me están tirando con los cancioneros? Los libros volaban por la iglesia como aquella paloma del Espíritu Santo sobre las aguas del Jordán… Un folleto golpeó contra una vela y empezó a arder el altar. Quise apagar el incendio con las vinajeras, busqué también el acetre pero no tenía agua… La gente comenzó a correr hacia el presbiterio… no sé si para apagar el fuego del altar o para arrojarme a mí entre las llamas… Yo seguía esquivando libros… Uno de ellos se estrelló contra mi cara y me rompió las gafas. Cuando llevé las manos al rostro para limpiar la sangre, metí un dedo en el ojo y me desperté sobresaltado en la cama.
Eran las tres de la madrugada.