En estos días de cuaresma he comenzado a desbrozar el rincón más inhóspito de mi casa. Me hace sudar y sangrar; mas lo estoy logrando limpiar.

En un lateral del lago que hay en el parque de esta Casa de Espiritualidad, del cual escribí un día comparándolo con el lago de Genesaret, abundan las zarzas. Al acercarme a ellas y recibir sus arañazos me ha venido a la mente una parábola que está en el capítulo nueve del libro de los Jueces.

Ya sabéis que en los tiempos antiguos, el pueblo de Israel no tenía ni rey ni presidente de gobierno. Para ese pueblo, el único rey era el Señor Dios. A él había que obedecer y cumplir sus mandamientos. Cuando las gentes de ese pueblo tenían conflictos, que los tenían, o no sabían descubrir la voluntad del Señor, el problema era resuelto por hombres y mujeres de buena reputación y fieles a la ley que Dios había dado por medio de Moisés. Se les llamaba JUECES. Conocemos los nombres de alguno de ellos, como Gedeón, Débora, Sansón, Samuel…

El libro del Antiguo Testamento titulado, precisamente, LIBRO DE LOS JUECES, cuenta que un hombre ambicioso y cruel, llamado Abimélec, quiso terminar con ese sistema de gobierno y un día comenzó a hacer propaganda en su pueblo Siquén para que lo eligieran rey. En el mitin dijo a la gente: ¿Qué es mejor para vosotros: ser gobernados por setenta hombres, o ser gobernados por uno solo? Y la gente de Siquén se dejó embaucar. Abimélec reunió a unos cuantos forajidos, pagó a unos sicarios que asesinaron a los setenta jueces que gobernaban en el país y se puso él como rey.

Un tal Yotán, paisano del asesino y de los asesinados, al enterarse de la tragedia y viendo que el pueblo ya no quería seguir la ley de Moisés, ni quería tener a Dios como rey, subió a la cumbre del monte Garizín, levantó su voz y contó esta parábola:

«¡Oídme, nobles de Siquén, y que Dios os escuche! Una vez los árboles quisieron elegirse un rey.

 

img_0130Dijeron al olivo:

“Sé nuestro rey”.

Pero el olivo les respondió:

“¿Voy a renunciar yo al aceite

con el cual se honra a Dios y a los hombres para ir a balancearme sobre los árboles?”

 

Entonces dijeron a la higuera:

“Ven tú, y reina sobre nosotros”.

Pero la higuera respondió:

“¿Voy a renunciar yo a la dulzura de mi fruto para ir a balancearme sobre los árboles?”

 

Entonces dijeron a la vid:

“Ven tú, y reina sobre nosotros”.

Pero la vid les respondió:

“¿Voy a renunciar a mi mosto, alegría de Dios y de los hombres, para venir a balancearme sobre los árboles?”

 

Entonces dijeron a la zarza:

“Ven tú, y reina sobre nosotros”.

La zarza les respondió: “Si de verdad queréis que sea vuestro rey, venid y cobijaos a mi sombra; y si no, que salga fuego de la zarza y devore a los cedros del Líbano.” (Jue 9,7-15)

El libro de los Jueces sigue narrando que Abimélec reinó tres años sobre Israel; una mujer lo desnucó con una piedra de moler (Jue 9,53).

Yo pienso que las zarzas de este rincón de mi casa, que es la tuya, van a reinar siempre; pero intento mantenerlas a raya para que no avasallen ni se balanceen sobre las otras plantas.

Si un día pasas por aquí, verás que aunque no son tan nobles como los nenúfares, sin embargo en primavera reflejan también sus flores blancas sobre las aguas del estanque, y en verano ofrecen con generosidad sus ricas moras. ¡Estás invitado a probarlas!

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