Ayer por la mañana, al abrir la ventana para ventilar mi habitación, me entró el ronroneo placentero de una pareja de gatos que, cercanos a un rosal del jardín, disfrutaban perpetuando su especie. Unas cuantas tórtolas, desde los árboles del parque, también flirteaban con su pareja lanzando su ronco gimoteo. A esa hora la sombra del ciprés grande era muy alargada.
En mi oración comunitaria posterior, al rezar el salmo 8 alabé al Señor por lo admirable que es toda su creación: las bestias del campo, las aves del cielo, los peces del mar, los gatos de mi jardín, las tórtolas en estos cipreses, las flores de los almendros, los capullos de los rosales…
“Señor, dueño nuestro, ¡qué admirable es tu nombre en toda la tierra! –le dije a Dios en la oración con mis hermanos.
Tocado tan de mañana por ese despertar primaveral, pasé todo el día sensibilizado con la naturaleza y con la voluntad de Dios escrita en el libro del Génesis: “Creced, multiplicaos y llenad la tierra…”(Gn 1).
Después del invierno tan frío y lluvioso que habíamos tenido en esta casa de Dueñas, la luna pascual del equinoccio de primavera nos trajo la resurrección del cielo azul y del sol radiante.
Este ambiente gozoso me hizo recordar y rezar ayer el salmo 104 de la Biblia:
¡Señor, Dios mío, qué grande eres!
Tú despliegas los cielos como una tienda de campaña
De los manantiales sacas los ríos
En ellos beben todas las bestias del campo
En sus riberas anidan las aves del cielo
Haces brotar la hierba para el ganado
Y las plantas que el hombre cultiva
Para sacar el pan de la tierra
El vino, el aceite y el alimento que lo conforta
Derramas las tinieblas, y aparece la noche
En ella rondan las fieras de la selva
Sale el sol y ellas se retiran
¡Cuantas son tus obras, Señor!
Envías tu espíritu y renuevas la faz de la tierra
Cantaré al Señor toda mi vida
¡Ojalá le sea agradable mi canto!
¡Bendice al Señor, alma mía!
El marramao de los gatos y el zureo de las palomas no fue todo lo que admiré ayer.
Al caer de la tarde salí dando un paseo por la balsa que hace el río que atraviesa el parque de mi casa, que es la tuya. Aquí contemplé otra escena maravillosa del esfuerzo por la procreación. Cientos de truchas, bogas y carpas subían desde el río Pisuerga para desovar unos kilómetros más arriba en este arroyo Cevico. En el lugar donde existió hace unos lustros la turbina de un molino existe hoy una pequeña cascada. Como auténticos atletas de salto sin pértiga, estos peces salvaban el desnivel y la fuerza de la corriente con una elegancia admirable.
Si este verano te acercas por esta Casa de Espiritualidad de Dueñas, verás que en el lago que adorna el parque pulularán miles y miles de alevines que han nacido de aquellas truchas, bogas y carpas.
¡Maravillas de la naturaleza viva que se hace más viva en primavera, la Pascua florida!