Un pequeño pueblo de Cáceres. Una escuela primaria con sus dos maestras y sus alumnos secundados por los demás miembros de la comunidad educativa: papás, mamás, abuelas… Hasta allí nos desplazamos Julito, Macario y un servidor (Vagner) para celebrar la vida, la fe y la misión con esta gente, que desde su ambiente de trabajo y estudio quisieron hacer suyos el ser misionero de la Iglesia, colaborando con una escuela en el otro lado del mundo, en Ecuador.
El pueblo se llama La Granja de Granadilla, en Cáceres (España). Tere y Toñi, las maestras, habían organizado en el mes de mayo “la operación bocata” y fue todo un éxito. Reunieron gente de todo el pueblo y de los pueblos de alrededor. Ha pasado el verano, las vacaciones, y nos han invitado a visitarles. Llegamos al final de la primera semana de clases para celebrar con ellos el comienzo de un nuevo curso escolar. La escuela en un edificio muy acogedor y alegre, deja traslucir la ilusión de las maestras que cuidan a sus niñas y niños como si fueran sus hijos y hablan con alegría y orgullo de cada uno de ellos, manifestando un cariño propio de quienes han encontrado en una tarea el sentido de su vida, su vocación.
En la celebración, sencilla y muy sentida, la alegría de estos niños, a quienes no les falta lo necesario para su desarrollo nos llena de alegría también a los adultos y renace en nosotros la esperanza de que en el mundo entero se extienda esa alegría. El sentir misionero de la Iglesia hace (o debería hacer) que cada uno de nosotros nos preocupemos de que en todos los rincones de esta Tierra, que recibimos como casa común, todos tengan lo necesario para una vida digna. La gente de La Granja ha comprendido eso y por ello se han movilizado para, desde su sencillez, compartir un poco de su alegría con los niños de una comunidad escolar, de una región de la Tierra, menos favorecida por los poderes de este mundo.
Allí estábamos nosotros, celebrando la vida con los niños y sus padres y con el corazón ligero repetimos el gesto que ellos mismos habían hecho anteriormente: compartir el pan, haciendo memoria de aquel Jesús que un día compartió su vida y nos la sigue dando. Y nos invita a compartir también la nuestra.
Que todos nos hagamos partícipes de la Misión, que es de cada una y cada uno de nosotros. Que compartiendo el pan hagamos de nuestra vida una gran Eucaristía, una acción de gracias al Dios que nos llama a la vida para compartirla.
Vagner Apolinário,svd