—Traído del 2017 para aportar historial
Discurso de Colación 2017
Tener un hijo, una hija bachiller suele significar para los padres la dicha de que puedan transitar, título en mano, por el camino de la vida hacia una profesión que les facilite el tener la vida resuelta.
Es cierto que un pueblo poco inteligente, torpe e ignorante, sin capacidad crítica, no puede prosperar; pero tampoco podría hacerlo una sociedad solo de genios egoístas y violentos. Es el uso público de la inteligencia privada lo que permite el desarrollo de un pueblo. Insistamos: uso público de la inteligencia privada: así se progresa.
¿Qué significa educación?.. Hoy más que nunca, no es el afán de convertir las mentes en enciclopedias.
Hay un mito de belleza singular creado por el viejo Platón que desentraña el auténtico sentido de la cultura:
Habiendo los hombres utilizado el fuego para construir herramientas de trabajo, también lo utilizaron para la construcción de armas y así destruirse mutuamente. Los dioses, entonces, les concedieron el arte de la convivencia sin la cual no hay cultura, no hay civilización que valga la pena.
Pero estas artes se aprenden y esto es educación. Somos la única especie que educa y educar es transmisión de la cultura del grupo de una generación a otra. El bruto animal ya nace programado; nosotros, no.
El asunto es claro: un pueblo es la muchedumbre agrupada en torno a la justicia y la justicia la constituye un programa ético.
Somos, al nacer, una cuestión pendiente: nadie nace ingeniero, delincuente, santo o amargado.
Lo supo el pensador Sartre y lo expresó con sentencia magistral: “El hombre es lo que hace con lo que hicieron de él ”: no cabe mayor altura de pensamiento.
Saludamos el título que da nombre a los diplomas del año en curso: La Guerra Grande convertida en epopeya, y dos prohombres que nos invitan a hacer realidad que
no haya quienes se crean sabios y vivan gracias a que los demás no saben. Repetimos: que no haya quienes se crean sabios y vivan gracias a que los demás no saben. Nadie es, si prohíbe que los demás sean –nos advirtió Paulo Freire-: es la concienciación, la toma de conciencia de los lastres de una sociedad y la puesta en marcha para superarlos. La escuela dinamizadora es la que él propone superando la que él llama escuela bancaria, cúmulo de datos almacenados, anquilosados, sin vida, estériles al fin.
La Guerra Grande es muestra de lo que Platón denunció con su mito: la cultura de la muerte, el arte de la destrucción.
El funesto momento de la historia paraguaya fue atestiguado por los textos y poemas del gran escritor Natalicio Talavera, quien supo dar cuenta de sus atrocidades en valiosas piezas literarias, convirtiéndose así en el poeta más grande de la Primera República, primer poeta del Paraguay independiente y primer poeta épico del país. Había cursado estudios en ámbitos de filosofía y con otros estudiantes funda la revista “La Aurora” en 1860, y es aquí, antes de la guerra, donde inicia su labor literaria. Corresponsal de guerra, envía sus crónicas a través del ya mítico y desusado telégrafo.
El epitafio en su tumba es elocuente:
La antorcha del sabio brilló en su frente
E inspiración divina en su cabeza
Siempre ostentó del genio la grandeza
Que el tiempo no la pudo dominar.
El 11 de octubre, en su honor, se celebra el día del poeta paraguayo.
Hay libros dignos de ser leídos; los hay que merecen ser releídos, y son muchos los que no valen la pena.
El acervo literario de Augusto Roa Bastos constituye ciertamente un cúmulo formidable de obras que sí vale la pena leer y releer. Su elegancia de forma y hondura de pensamiento no tienen desperdicio. Cada página es un mosaico de recursos literarios, de infinitas imágenes y elegantísimas metáforas, solo posibles desde un genio de su talla.
Feliz coincidencia, en este centenario de su nacimiento el autor nicaragüense Sergio Ramírez ha obtenido el Premio Cervantes, tal como Roa Bastos en su momento. Se conocieron personalmente, y Sergio Ramírez se hizo presente en Asunción en la cita de intelectuales que homenajearon a Roa.
Ambos, Augusto Roa Bastos y Sergio Ramírez, son autores comprometidos en política de la sana, intransigentes con todo sistema de opresión y corruptela. Ramírez dejó el poder – fue vicepresidente – por la traición del sistema a sus propias propuestas de gobierno. Es que “el poder de infección de la corrupción –así Roa- es más letal que el de las pestes”
Aquí las palabras de Sergio Ramírez: “Augusto Roa Bastos, figura central de la literatura paraguaya, utilizó la historia para ver un presente marcado por el autoritarismo y las dictaduras. No estamos curados del mal de la ambición del poder. Esa mentalidad autoritaria tiene que ver con la figura del patriarcado que sigue dominando en América Latina. El patriarcado se aprende desde la familia, engendra el poder político de los países y es el que asesina a las mujeres. El pasado es nefasto: mientras no sepamos sobre qué tumbas estamos parados, no podremos tener un futuro”.
Más de lo mismo, Sergio Ramírez da testimonio de Roa diciendo: Me encontré varias veces en la vida con Roa. Había leído “El trueno entre las hojas” y me pareció un libro deslumbrante; había leído “Hijo de Hombre”, una novela trascendental para una guerra sin sentido que se daba en América Latina”.
El gran desafío, no solo con Sergio Ramírez, con Roa Bastos y los innumerables grandes escritores de América Latina es hacer que los jóvenes y no tan jóvenes los lean.
Los escritores ya dejaron su obra, la dejaron para la posteridad. De nada sirve rendir pleitesías a Roa sin ahondar en sus escritos o, peor aún, ignorándolos.
Hace unos años Vargas Llosa alzó su voz desenmascarando la “civilización del espectáculo” (Alfaguara, 2012). “La cultura –dice-, en el sentido que tradicionalmente se ha dado a este vocablo, está en nuestros días a punto de desaparecer”.
Estimados todos presentes:
No podemos llamar cultura a la compulsiva propensión a divertirnos. Lo banal, lo común, lo trivial e insustancial, la frivolidad son síntomas del mal de nuestra hora. La televisión atrapa con el espectáculo infinito de la pavada; los medios de comunicación invaden el interior de las personas y el sistema trabaja para estupidizarlas. Esto es así aquí y en otras geografías, en unas más, en otras menos.
Nuestro mundo personal no va más allá del alcance de nuestro lenguaje. Sin dominio de la palabra, mal podemos razonar: de lenguaje incompetente, pensamiento torpe. Lamentable es el hecho de que nuestros jóvenes son capaces de utilizar apenas 300 palabras, cuando en Paraguay se calculan 14 millones de mensajes diarios a través de las redes sociales. Nos gusta el ruido; nos deleita el espectáculo.
Para eso, estimados presentes, estamos aquí; para eso existe el colegio san Blas: para que cada vez sea más imposible que la estupidez humana tenga el monopolio de la palabra.
La disciplina no es negociable en San Blas; la excelencia tampoco: nuestro Provincial, P. Santiago, aquí entre nosotros, vela por que así sea. San Blas es alérgico a la “mediocracia” que José Ingenieros denunció y que tiene el “más o menos” por bandera.
Roa Bastos supo del exilio forzado. Los mayores recordamos aquella tristísima, lamentable y paradigmática estampa, recogida por la prensa, de la silueta de espaldas de Roa Bastos en la zona fronteriza, sin más compañía que un modesto valijín: un genio vomitado por los suyos.
Es valor soberano, y muy cristiano, la capacidad del perdón: perdonémosles a quienes no sabían lo que hacían.
El pasado hay que recordarlo, sí, pero para evitar sus errores: auguramos que cada vez sea más imposible que el Paraguay sea refractario escupiendo a sus talentos.
Este es su mensaje, su testamento: “Un pueblo solo es libre por voluntad del espíritu colectivo, y por nadie más que por él mismo puede ser liberado”.
Es la tesis de fondo de “Yo, el Supremo”, su monumental obra insignia.