«Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó, y cayó en manos de ladrones, que lo despojaron, lo golpearon y se fueron, dejándolo medio muerto» (v.30). Durante mis estudios en Tierra Santa (en la Universidad Hebrea de Jerusalén) en 2013, tuve la oportunidad de ir muchas veces por ese peligroso camino de Jerusalén a Jericó con mi profesor y mis compañeros de Historia del NT. La carretera que une los dos puntos es aproximadamente de veintiséis kilómetro y pasa a través del WadiQelt. Geográficamente, el WadiQelt es un valle que se extiende de oeste a este en el desierto de Judea. Cada vez que pasábamos por ese camino, o nuestro maestro o mis compañeros de clase recordaban a Jesús y sus discípulos que podrían haber caminado por esta parte del desierto, y cómo la parábola había llegado viva a aquellos que escuchaban de Jesús, que siempre estaban expuestos a un riesgo inminente en este camino peligroso.

Sin lugar a dudas, la parábola del buen samaritano en Lucas 10: 25-37 es una de las parábolas más conocidas y apreciadas del NT. Ha llegado más allá del ámbito bíblico, y tan enorme ha sido su impacto en el mundo secular que varias organizaciones de ayuda y servicios de emergencia llevan el nombre de ‘El buen samaritano’. Se encuentra en la narrativa lucana del viaje (Lc 9: 51-19: 44) de Jesús a Jerusalén con sus discípulos. Esta parábola es, sin lugar a dudas, la parábola de Jesús más provocativa, pues pretende unir el amor a Dios y el amor por prójimo como las dos partes de una balanza. «¿Qué debo hacer para heredar la vida eternal?» Todo comienza con la pregunta de un experto en la Ley, (v.25) En la respuesta, Jesús y el exprerto en la Ley están de acuerdo en que el amor a Dios (Deuteronomio 6: 5) y el amor al prójimo ( Levítico 19:18) son las condiciones necesarias para alcanzar la vida eterna. Sin embargo, el diálogo no termina ahí, sino que toma un giro interesante. Las palabras «queriendo justificarse a sí mismo» (v.29) por parte del experto en la Ley, indican que quería burlar a Jesús para que mostrara lo que realmente entendía por prójimo, tal y como se define en la Ley. Tal vez esperaba que Jesús definiera y delimitara al prójimo a sus amigos y allegados. Sin embargo, Jesús trasciende todas las fronteras sociales, religiosas, culturales, de parientes y amigos, ricos y pobres, cercanos y lejanos, lugares y creencias, y mediante la narración de la parábola del buen samaritano nos muestra que todos aquellos que están en necesidad tienen de un prójimo. Por lo tanto, afirma la superioridad del amor sobre el legalismo.

Los personajes de la historia, el sacerdote, el levita y el samaritano son anónimos y se identifican por sus identidades religiosas y étnicas. Esto pone de relieve la relación frecuente entre los judíos y los samaritanos, marcada por la hostilidad. Los samaritanos tenían un credo de cuatro aspectos: 1) Un Dios: YHWH; 2) Un profeta: Moisés; 3) Un libro: La Torá; y 4) Un solo lugar de culto: El Monte Garizim. Los judíos estaban de acuerdo con los samaritanos en ‘Un Dios’ y no estaban de acuerdo con el resto. Una de las causas fundamentales de la fricción entre las comunidades en relación con el culto se encuentra en el diálogo entre Jesús y la mujer samaritana en Juan 4: 20 sobre en qué monte se debe adorar a Dios. ¿ En el monte de Jerusalén o en el monte Garizim, donde hacen el culto samaritanos? Teniendo en cuenta estas tensiones entre judíos y samaritanos, ambos grupos trataban de evitar el paso por el territorio de los otros, y aquellos que viajaban a Galilea daban una vuelta en el viaje para evitar pasar por Samaría. Al final de la parábola, este sentimiento de fricción es evidente en las palabras del legalista, que no quiere mencionar que fue el samaritano quien mostró misericordia al moribundo, y para no mencionarlo recurre a decir: «Aquel que …»

El lector puede discernir fácilmente que el sacerdote y el levita son representantes del judaísmo, que deberían haber sido ejemplos de piedad socorriendo al moribundo. Los sacerdotes eran, básicamente, apartados para el servicio del templo, mientras que los levitas, que estaban asociados al templo y tenían una especial dedicación hacia la Ley, ayudaban a la gente a adorar y a cumplir con sus obligaciones para con Dios. Pero ninguno de ellos ayudó al moribundo. Tal vez tenían miedo de contaminarse. Según la ley mosaica, el que tocaba un cadáver quedaba impuro durante una semana. La ley preveía que si alguien se contaminaba y luego realizaba una acción ritual, tenía que ser excluido de Israel (cf. Nm 19: 11-13). En una situación en la que debían elegir, entre ayudar a un moribundo (arriesgandose a quedar contaminados) u observar las leyes de pureza ritual (ignorando al herido), el sacerdote y el levita optaron por lo segundo. Ambos vieron al moribundo y pasaron de largo, ignorando así a los «necesitados en la carne ‘.

Lo que ellos evitaron hacer, lo realiza un samaritano: Un enemigo, un extraño, un extranjero. Esta es la paradoja más evidente de la historia. Él vio el moribundo y «tuvo compasión» (v.33). El verbo griego que expresa la compasión del samaritano hacia el moribundo es splanchnizomai (= tener compasión), que significa literalmente sentir el interior del otro. Este verbo se deriva del sustantivo splanchna que significa intestinos. Esto implica que la compasión del samaritano no es un sentimiento transitorio con una misericordia exterior, sino una profunda compasión visceral que fluye de su yo más íntimo.

La compasión que siente el samaritano se traduce en acción, cuida del moribundo. La parábola relata con la máxima precisión una serie de acciones específicas realizadas por el samaritano: Se acercó a él, vendó sus heridas echándoles aceite y vino, lo puso sobre su propia cabalgadura, lo llevó a una posada y se hizo cargo de él en la posada para que pasara la noche (cuando había más riesgo de que muriera). Al día siguiente, pagó dos denarios al dueño del alojamiento (equivalente a dos días de salario) y le garantizó que lo compensaría a su vuelta si había otros gastos. Realmente caminó una milla más.

Es de destacar que desde el principio hasta el final, la parábola no especifica la identidad religiosa o étnica del moribundo. si era judío o pagano, ni su condición social o económica, si era pobre o rico. En lugar de eso, se centra en la reacción de los personajes y sus acciones al ver al moribundo. A diferencia del sacerdote y el levita que abandonaron y dejaron solo al viajero, el samaritano fue misericordioso. Su actitud de cuidar del moribundo demuestra que la compasión no deja a nadie indiferente o insensible al dolor de los demás, sino que nos obliga a mostrar solidaridad con el sufrimiento. El samaritano eligió abrir su corazón y responder a la verdadera necesidad humana del moribundo. No se detuvo por curiosidad, sino por amor compasivo. En ese momento, nació un prójimo. San Ambrosio de Milán muy bien dijo: «La misericordia, no el parentesco, hace que alguien sea tu prójimo.» (Expo. Lucas 7, 84) . Esto lo repite el Papa Benedicto en su encíclica Deus Caritas Est (Dios es amor), Nº. 15: » La parábola del buen Samaritano (cf. Lc 10, 25-37) nos lleva sobre todo a dos aclaraciones importantes. Mientras el concepto de « prójimo » hasta entonces se refería esencialmente a los conciudadanos y a los extranjeros que se establecían en la tierra de Israel, y por tanto a la comunidad compacta de un país o de un pueblo, ahora este límite desaparece. Mi prójimo es cualquiera que tenga necesidad de mí y que yo pueda ayudar. Se universaliza el concepto de prójimo, pero permaneciendo concreto. Aunque se extienda a todos los hombres, el amor al prójimo no se reduce a una actitud genérica y abstracta, poco exigente en sí misma, sino que requiere mi compromiso práctico aquí y ahora»

¿Qué nos transmite esta parábola? En primer lugar, el Amor a Dios y el amor al prójimo son dos caras de una misma moneda. El amor de Dios no se traduce necesariamente en amor al prójimo o nos hace más misericordiosos y compasivos. Sin embargo, el amor al prójimo sin duda nace de la experiencia de que Dios nos ha amado, «Amamos porque él nos amó primero» (1 Jn 4:19). Este principio sirve para los grandes mandamientos del Deuteronomio 6: 5 y del Levítico 19:18. En segundo lugar, esta parábola es un ejemplo perfecto de lo que el amor compasivo y misericordioso puede lograr: Es capaz de hacernos parar y ver la necesidad del prójimo; es capaz de hacernos identificar con el prójimo necesitado; nos dispone a hacer sacrificios por los otros; a ser suficientemente generosos como para usar nuestro tiempo para compartir con los otros; nos dispone a caminar una milla más para aliviar el sufrimiento de los otros; y mos dispone para el servicio de amor a los otros, «Cuanto hicisteis a uno de mis hermanos más pequeños, me lo hicisteis a mí» (Mt 25:40).

Para concluir la reflexión sobre esta parábola, el padre Thomas Rosica CSB, habla de las cuatro «P» de esta parábola que transmiten el mensaje central de la historia: Poderosa, Personal, Pastoral y Práctica. Escribe: «La historia de Lucas es de gran alcance, Poderosa, ya que habla de la fuerza del amor que trasciende todos los credos y culturas y «crea» un prójimo de un completo desconocido. La parábola es Personal, porque describe con profunda simplicidad el nacimiento de una relación humana que tiene un toque personal, físico, más allá de los tabúes sociales y culturales, ya que una persona cura las heridas del otro. La parábola es Pastoral, pues se llena con el misterio de la atención y la preocupación que está en el corazón de los seres humanos. La historia es sobre todo Práctica, ya que nos insta a cruzar todas las barreras de la cultura y de la comunidad e ir y hacer lo mismo»

«¿Quién de estos tres te parece que era su prójimo …?» (V.36)
«El que tuvo compasión de él.» (V.37)
«Ve y haz tú lo mismo.»

Una llamada a ser un prójimo misericordioso.

P. Naveen Rebello, SVD

Would you like to…?

Use the Divi Builder…

to design your pop-up!

Donec rutrum congue leo eget malesuada. Curabitur non nulla sit amet nisl tempus convallis quis ac lectus. Cras ultricies ligula sed magna dictum porta. Curabitur aliquet quam id dui posuere blandit. Proin eget tortor risus.