Seminaristas de 10 nacionalidades distintas que propagan la pastoral de la alegría

Me llamo Óscar de la Fuente y actualmente me encuentro estudiando quinto de periodismo. En este año hay una costumbre universitaria llamada ‘viaje de fin de carrera’, una experiencia que suele ser recordada a medida que pasan los años. Desde primero quería que éste no fuera un viaje más. En un descanso hablando con una compañera soñamos con la posibilidad de que el destino fuese África. Queríamos ir porque buscábamos abrir nuestros horizontes, tener un contacto real con la pobreza e incluso redescubrirnos a nosotros mismo. Sorprendentemente, nuestro sueño al empezar la carrera se hizo realidad cuatro años después.oscar_ok_1

En el cuarto curso se incorporó a nuestra clase un misionero verbita, Modeste Munimi. Fue fácil coger confianza y se convirtió en un amigo más. Ya en quinto, tras las vacaciones de verano, volvió a mi cabeza la inquietud de proponer un viaje de fin de curso diferente. A Modeste le gustó la idea y nos pusimos manos a la obra. Varios compañeros se unieron a la iniciativa y al final conseguimos impulsar una convivencia en Kenia.

 

Nos alojamos en una casa del Seminario de los Misioneros del Verbo Divino, a pocos kilómetros de Nairobi, en el barrio de Langata donde existe una comunidad de 31 miembros de 10 nacionalidades distintas: Brasil, Congo, Ghana, India, Fiji, Kenia, Zimbabue, Togo, Indonesia y Zambia. Muchas sensibilidades distintas que crean una sola familia.  Desde el principio, todos ellos intentaron que nos sintiéramos como en casa. Y así fue. Estaban atentos hasta al más mínimo detalle. A veces te bastaba con pensar que algo te faltaba en la mesa para que apareciese un seminarista con lo que buscabas, y siempre con una gran sonrisa. Durante nueve días pudimos convivir con estos 24 estudiantes de teología que se preparan para el Sacramento del Orden; tres de ellos se encuentran en su último año ya que son diáconos. Se unen al grupo un estudiante y dos sacerdotes que están profundizando en el aprendizaje del idioma, a los que hay que añadir 4 sacerdotes más que son los formadores del Seminario. Cuando uno está allí llama la atención la internacionalidad y diversidad de lenguas pero a la vez la profunda comunión. Además, de la juventud de los que en un futuro serán sacerdotes –algunos de ellos incluso vendrán a sembrar esperanza a Europa en un futuro-. Pese a que hayan pasado 26 años desde que llegasen los misioneros del Verbo Divino a Kenia, la congregación no ha perdido su frescura.

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La casa se compone de varias naves de edificios con las habitaciones y salas de reunión e informática que se unen a la capilla, comedor, campo de fútbol, pista de tenis y jardines para procurar el desarrollo humano y espiritual de sus residentes. También hay un pequeño terreno dedicado a la huerta y a la granja de dónde sacan verduras y lácteos. Parte de ellos son vendidos a los vecinos cercanos para conseguir financiación, incluso ponen a disposición de quien lo necesite el agua del pozo de la parcela. Por otro lado, la residencia se encuentra cerca del Campus universitario de Tangaza College. Estudiar cualquier carrera en este país no es fácil, tampoco lo es la teología. Todos los seminaristas tienen detrás unos benefactores que les ayudan a costearse los cerca de 70.000 chelines que cuesta un trimestre de la facultad de teología.

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En la casa todas las mañanas a las 6:30, salvos los domingos donde se visitan las diversas parroquias para llevar a cabo la pastoral, la comunidad se reúne en la capilla para rezar juntos. Las laudes se recitan entre todos y dan paso a la misa. Es muy especial tanto por la música Africana que la envuelve como por la participación ya sea haciendo voces en las canciones, leyendo las lecturas, tocando instrumentos, acolitando o recordando a los santos del día. Cuando vuelven de sus estudios, cada día de la semana tiene algo específico: deporte, trabajos manuales, clases de canto, adoración al Santísimo, limpieza general… .  Cada viernes, después de la cena, hay una convivencia donde se reúne toda la comunidad y algunos visitantes como nosotros para convertir el comedor en un lugar de celebración con juegos, música y baile. Este ritmo de vida genera una gran fraternidad entre ellos que hace que, a pesar de el día de mañana las necesidades de la Iglesia les separen en diferentes destinos, cuando vuelvan a coincidir se seguirán tratando como hermanos.

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Fue una gran riqueza personal compartir con ellos unos días y pasear por sus calles por asfaltar. Personalmente, este viaje ha permitido que parte de mi corazón se quede en África. Gracias a esta experiencia he conocido una realidad que ahora me incumbe. He podido tocar la pobreza y ver la felicidad del que tiene la décima parte de lo que yo tengo. Incluso cuestionarme el calificativo de tercer mundo que tienen estos países. Es cierto que tienen necesidad de una mejora técnica e industrial, de un reparto justo de la riqueza. Sin embargo, tienen una fortuna que convierte a occidente en un mundo por desarrollar: la alegría de vivir. Parece que nosotros hemos olvidado el gran don de estar vivos.  También he podido comprobar el abrazo que Dios lanza a este continente a través de la Iglesia. Los africanos saben mirar a lo alto y alzar las manos en alabanza, no hay más que ver la vitalidad de sus parroquias y su elevado número de fieles, su espíritu de hermandad y de saber compartir lo que se tiene, la esperanza que se veía en sus rostros, las numerosas vocaciones a la vida religiosa o al sacerdocio… todo ello me hace pensar que el futuro de la Iglesia y del mundo se gesta en África.

 

Las fotos son de Mercedes Del Pino, una amiga de los Misioneros del Verbo Divino en nuestra parroquia de Niebla/Huelva

 

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