En el evangelio de Juan 13, 21-18 de hoy (07-04-2020) aparece el personaje de Judas que suscita muchas preguntas y no tantas respuestas.

CARTA  A  JUDAS   por el cardenal Roger Etchegaray                    

“Vacilé en escribirte, por temor a ser mal comprendido por los que me  rodean. Supongo que cada año, con ocasión de la Semana Santa, debes hundirte bajo el peso de las cartas injuriosas.   Es cierto que el Evangelio no es muy tierno contigo. Juan te trata de “ladrón”  (Jn 12, 6) y Jesús llega a decirte que “hubiera sido preferible para ti que no hubieras nacido” (Mc 14, 21). Si te escribo es sencillamente porque sigues siendo mi hermano y no llego a descifrar tu enigma.  Y, en todo momento, me sorprendo planteando a Cristo la misma pregunta que los Apóstoles cuando les anuncia, sin nombrarte, que uno de ellos lo traicionaría: “¿Acaso seré yo, Señor?”.

¿Quién eres tú, Judas, tú, que como los otros Apóstoles, dejaste todo para  seguir a Jesús?

¿Crees tú que Jesús hubiera elegido y guardado como mensajero de la  Buena Nueva si te hubiera considerado como un malhechor irrecuperable? Si tenías tanta necesidad de dinero, ¿cómo te pudiste quedar en tan pobre compañía con un Maestro que “no tenía donde descansar su cabeza?”. ¿Cómo fue posible que Jesús, la noche de la Cena, se atreviera a lavarte los pies con sus manos que al día siguiente serían clavadas a causa de tu perfidia? ¿Por qué lo traicionaste tú tan lamentablemente, pues no necesitabas vender a tu Amigo por un puñado de céntimos, que hubieras  podido  seguir sacando de la bolsa común de los  Doce?  Dime,  ¿fuiste el engranaje  indispensable de la máquina-redención, tú que oíste estas palabras:  “lo que vas a hacer, hazlo pronto?”. ¿Dime, Judas, te has perdido verdaderamente? Todo el problema del mal, de la predestinación y de la libertad, del juicio y de la salvación, surgió hasta el paroxismo por tu vida  y tu muerte.

¿No fuiste sobre todo víctima de tu soledad? No tuviste la suerte de Pedro, que después de su triple negación se encontró con la mirada de Jesús para llorar amargamente? Tú no oíste el canto del gallo; nadie te ayudó a llorar.  Estabas sólo, “era de noche”, o más bien Satanás había entrado en ti, y tú no pudiste tolerar a ese horrible compañero; empleaste menos tiempo en tener asco de Satanás que en alejarte de Jesús; mucho más rápidamente que el bien, el mal te fue intolerable. Pero pobre Judas, en tu soledad helada, ¿por qué no dejaste resonar en ti la última palabra que Jesús te dirigió, la palabra de confianza del primer día, la palabra impactante que podía  desgarrar las tinieblas de tu desesperación: “AMIGO MÍO”?  ¿Escuchas todavía esas palabras: “AMIGO MÍO”?

Tú, que quisiste arrancarte tu propia existencia colgándote de un árbol, ¿no sabías que   cayendo en las manos de Dios te convertías en presa de su Amor infinito?

Pues Aquel mismo que había declarado no haber perdido a ninguno de los que le habían sido confiados, “menos el hijo de la perdición”, de lo alto de la cruz llamó sobre todo los hombres el perdón de su Padre. Por esta última oración, Jesús cierra el proceso de todo criminal, quita el asunto del poder de nuestra justicia humana; lo único que cuenta  ahora es la misericordia Divina. La Iglesia transmite intacto el dogma del infierno, pero siempre prohibió que se nombrara a un solo réprobo.

He ahí por qué, Judas, no sabiendo en donde encontrarte,  dirijo mi carta al apartado del correo. Pienso que en la obra de teatro que Pagnol te dedicó, y en la cual, a la pregunta importante, insistente: “¿Estás, Judas, en el infierno?”,  hace contestar a Cristo mismo: “No puedo contestar a esta pregunta”…; si no las  gentes acabarían por abusar de mi indulgencia”.     

Adiós Judas. 

     

Como homenaje a todo el mundo sanitário estas breves reflexiones, en este dia.

SI PUEDES CURAR, CURA; SI NO PUEDES CURAR, ALIVIA; SI NO PUEDES ALIVIAR, CONSUELA.

(Lema de la Asociación ENCASA, entidad madrileña sin ánimo de lucro que presta cuidados paliativos a domicilio con médicos, enfermeros y voluntarios).

Un hombre honrado debe saber un poco de teología para su salvación,  un poco de derecho para sus negocios y un poco de medicina para su salud (Enrique IV de Francia).

La salud es la unidad que da valor a todos los ceros de la vida (Bernard le Bouvier de Fontenelle).

Los mejores médicos del mundo son: La Dra. Dieta, la Dra. Tranquilidad y  la Dra. Alegría» (J. Swift).“La mejor medicina es el amor y los cuidados”. ¿Y si no funciona? “Aumenta la dosis”. Avicena, médico persa del siglo X.

Euquerio Ferreras SVD

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