Por la parroquia de San Fernando de Guadalupe en el municipio de Salto de Agua, Chiapas, frontera con Guatemala, pasa el tren de mercancías que se conoce como “La bestia”. Cada año transporta miles de migrantes en condiciones increíbles. Otros utilizan camiones de carga. La mayoría son de Honduras, El Salvador y Guatemala, sin papeles. Jóvenes, mujeres y niños huyen de sus países con la ilusión de encontrarse con el sueño americano, a más de 2.000 Km de distancia. Podemos imaginar los atropellos y abusos que sufren en ese largo camino.

El papa Francisco en su encuentro con migrantes en la isla de Lesbos, Malta, nos invitaba a «comportarnos con humanidad. Mirando a las personas no como números, sino como lo que son, es decir, rostros, historias, sencillamente hombres y mujeres, hermanos y hermanas. Para nosotros, cristianos, está en juego la fidelidad al Evangelio de Jesús, que dijo: «Fui forastero y me recibieron» (Mt 25,35). ¡Qué importante es que los centros de acogida sean lugares de humanidad!».