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Grecia: una encrucijada de historias

“Soy de Afganistán, en febrero de 2016 llegué a Grecia en una patera, con otras 40 personas… mi esposa estaba embarazada de 7 meses… teníamos otros tres hijos, la más pequeña tenía 4 años… Europa había cerrado las fronteras tan sólo tres días antes de nuestra llegada… mi niño pequeño nació estando nosotros en el campo de refugiados; tiene un problema genético grave, necesita cuidados médicos especiales. Aquí no los tenemos” (Mussad). Soy de Siria, tengo 29 años y una hija de 4… mi marido y mis hermanos fueron muertos por los jiadistas… tengo que luchar por el futuro de mi niña” (Alía). Historias que se cruzan, por las peores razones: ¡la humanidad construye muros en vez de puentes!

Estas y otras 63.000 vidas de migrantes y refugiados van poblando la Grecia de hoy, un país de historias antiguas y nuevas; un país que desborda cultura, tradición, pensamiento, religión, usos y costumbres. Pero también un país marcado por las consecuencias dramáticas de dos convulsiones: la económica y la social.

Miles de refugiados han cruzado por Grecia y han pasado hacia Europa; miles de otros, siguen atrapados en campos de refugiados, casas de acogida, u otros rincones inhumanos; sienten en el cuerpo y en el alma el hielo (por dentro y por afuera) de una Europa con temperaturas bajo cero que les mira con total indiferencia.

Historias como la de Mussad, un hombre que en su país “trabajaba como administrador de una organización gubernamental, fue preso por los talibanes… tenía una vida estable con mi familia, pero sabia que en cualquier momento podía ser matado” Por detrás de su rostro se ocultaba un hombre masacrado por la vida… torturado dentro, al verse atrapado con sus hijos en una realidad de miseria y exclusión.

Misioneras Siervas del Espíritu Santo en Grecia

Era el día 24 de octubre y estábamos en La India para la Asamblea Internacional de Provinciales y Regionales de todo el mundo. Sentíamos el “grito” del Dios de los pobres en el “grito” de los migrantes y refugiados en Grecia. “iYo vi la opresión de mi pueblo, vi su sufrimiento, voy bajar para liberarles… Vete, yo te envío!” (Ex. 3, 7.10) Este Dios que le inquietó a Moisés, también nos gritaba a nosotras: “¡Vete, yo te envío!”.  El desafío fue abrazado por todas: “Iremos a Grecia para estar y servir a los refugiados… En colaboración con el Servicio Jesuita a los Refugiados…” ¡Era nuestra respuesta como congregación misionera!

Esta respuesta se fue desarrollando rápidamente a través de contactos con el P. Maurice Joyeux, Jesuita y director del JRS-Grecia, y con la visita que hicimos en diciembre pasado (la Hna. Anna-Maria, provincial de Alemania, y yo Portugal-España), para ver la realidad y buscar caminos de respuesta. Si Dios quiere, a fines de este próximo marzo estaremos allá, uniendo fuerzas para servir a los más vulnerables entre los refugiados, una realidad donde casi 40% son niños.

Queremos tener una comunidad abierta, donde refugiados y voluntarios puedan encontrar un espacio de silencio, de oración, de paz, de compartir. “Es lo que más necesitamos… ¡Vemos tanto sufrimiento… a veces es difícil aguantar…!” compartía una joven voluntaria al saber de nuestra llegada en el futuro cercano. En esa, y en otras realidades, sólo Dios puede dar fuerzas; el Dios de los pobres, retratado en la historia de Alía… de Mussad… el Dios de tantas vidas, en las encrucijadas de Grecia!

Maria José Rebelo, SSpS

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