Por: Carmen Labayen López, Periodista

Ser joven quiere decir casi siempre tener tiempo por delante, un futuro. Un futuro del que cada vez más jóvenes desconfían ante la sospecha de no poder alcanzar una vida digna y si es posible también plena.

Desconfianza y resignación son para ellos el plato de cada día y también un círculo vicioso del que es difícil salir ante la falta de perspectivas de empleo y una cultura dominante que empuja a que “cada palo aguante su vela”.

Ante esta situación en su reciente viaje a Turquía el Papa llamaba a todos los jóvenes y mayores que sí encierran la esperanza de un mundo mejor y de un futuro con Dios a que valoren lo que tienen y lo sepan transmitir.

Y es que tener esperanza es tener mucho; es confiar en que las cosas van a ir a mejor; es tener fe; es el humanismo por encima de todo; es dar amor, compartir y ayudar.

Para nada de esto hace falta dinero, ni éxito ni siquiera un trabajo-por otra parte necesario- sino voluntad de hacer y de ofrecer su tiempo a los muchos que lo necesitan. Algo posible desde la solidaridad y la humanidad y más factible aún para quienes tienen fe y ven a Jesús en los demás.

Cada día se presentan ante nosotros muchas, casi incontables, oportunidades de hacer el bien y de sembrar la esperanza, personas a las que sonreír, hablar, llamar, ayudar, acompañar, consolar, alentar, animar, hacer reír, escuchar y con estas acciones sembrar la esperanza. También infinitos son los proyectos en los que colaborar, aportar y sumar.

De muchas de estas experiencias se saca a veces más esperanza incluso de la que se transmite, un motor y una fuerza para poder a nuestro turno dar más.

Guardarnos la esperanza no sirve de mucho, guardarnos la buena noticia de que Jesús nos quiere a cada uno como somos y que precisamente por este amor nos ha salvado tampoco.

Porque esperanza no es solo esperar algo sino sobretodo a alguien, a la persona que nos llenará y completará con su amor, y también es actuar para que este encuentro pueda suceder. Pongámonos todos manos a la obra. Al final de ese alguien está Dios.

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